MATE

MATE
La vida en un mate: sorber despacio y saborearlo con intensidad ya que el mate, como la vida, cuesta un tiempo prepararlo, pero si no se disfruta al beberlo, cuando se acaba ya será tarde. Fotografía tomada en Argentina durante el corralito del año 2002

11 marzo 2013

Vuelta al mundo 2013, Capitulo 22 - REGION DEL KANSAI (NARA, OSAKA Y KYOTO)

DÍA 42 NARA Y OSAKA

Hoy bien temprano abandono mi sencillo hostel, este de Osaka quizá demasiado sencillo comparado con los otros en que me había hospedado hasta el momento, y dejando la mochila grande para recoger a la noche camino de Kyoto, salgo para ir a conocer la ciudad de Nara. En el camino hacia la estación por estrechas y laberínticas calles uso mi mapa del tesoro para no perderme entre la muchedumbre de este barrio de Osaka, donde muchísimas tiendas venden sus productos perfecta y apeteciblemente presentados. Sushi, Sashimi, carnes, frutas y verduras y hasta los omnipresentes aquí, palillos para comer, son expuestos cuasi dioses en los escaparates.

Me preparo para el complicado enlace de metro y tren de Osaka para acercarme a ver quizá la ciudad más importante de Japón, que junto a Kyoto son dos imprescindibles en cualquier viaje a este país. Tras una hora, más o menos de tren, esta vez convencional ya que en esta línea no hay Shinkansen, llego a la ciudad, me dirijo a su oficina de turismo que siempre como en el resto del país, están omnipresentes en todas las estaciones de tren. Por algo aquí el tren es el transporte numero 1 por excelencia, y además merecida excelencia. Puntualidad, rapidez, inmediatez y con estaciones muy céntricas en todas las ciudades. Los trenes son bien conservados por sus usuarios que los tratan como si fueran su salón de casa, hasta el punto de tener sus servicios más limpios que los de algunas casas, fijo.

Me da que pensar también, que en España, y en concreto en Asturias, tenemos una red ferroviaria impresionante para los habitantes que somos, pero no se le hace demasiado caso hasta el punto de tener que clausurarse líneas, y ahora medio cerrar nuestra histórica Feve, al incorporarla a Renfe en Adif para su supervivencia, ya que a veces da pena ver los trenes medio vacíos por no decir completamente vacíos. Siempre que he tenido oportunidad de usarlos lo he hecho tanto viviendo en Oviedo como en Gijón o Avilés. No te cuadran las cuentas de una bestial crisis y la utilización casi total del coche para cualquier desplazamiento, aunque este no sea urgente, pero…así somos los latinos, será por perres.

En Japón, el tren es casi un Dios para su población y da gusto usarlo, y compartirlo. Bueno a lo que íbamos, ya me vuelvo en tren de la localidad de “los cerros de Úbeda”, que llegué a Nara y en la oficina de turismo me enteré de donde alquilar una bicicleta, cosa que en casi todos los viajes suelo hacer, y que aquí en Japón no es nada difícil, ya que mismamente los pasajeros japoneses, hacen lo mismo al llegar a las estaciones, para moverse por la nueva ciudad, y para lo que Nara es de lo más propicia y así poder visitar todos sus templos rápidamente.

Aquí solo tienes que tener cuidado con la gran cantidad de ciervos que andan sueltos por la ciudad, que como en el caso de Miyajima son animales cuasi sagrados y andan a su real gana por todos sitios. Y digo que solo cuidado con ellos, porque otra de las cosas que aquí hay que admirar es el respeto enorme también como por casi todo, por los ciclistas, bien vayas por la calzada o por las aceras. Hasta los peatones procuran apartarse a tu paso, así como los conductores no estorbarte lo mas mínimo, cuando circulas en ella. Esto es Japón, otro planeta en cuanto a conducta se refiere. Mucho, muchísimo que aprender.

Mi primera visita es al templo de Kòfuku-Ji, un antiguo templo trasladado desde Kyoto, y que en su día llegó a tener casi 200 edificios aledaños, pero que hoy solo conserva unos pocos entre los que destaca el templo principal y una pagoda de cinco pisos, la segunda en altura de Japón. Grupo de escolares uniformados con negros trajes de cuello Mao, también de visita en la zona. Desde allí, tras visitar una exposición de tejas japonesas, verdaderas obras de arte y fotografiarme con tradicionalmente vestidas japonesas, y con el barato medio de locomoción agenciado, podría conocer los amplios jardines de Isui-en y los estanques del Museo Nacional y sus edificaciones, tanto la antigua como la moderna, tal como también es Japón.

Por las calles muchas calesas tiradas por atléticos japoneses a modo de taxi humano trasladan a turistas de visita en la zona. Al hilo de esto, también muy habitual en China, y visto por algunas personas como algo inhumano e indigno para un hombre, mi opinión es que es un trabajo físico como otro cualquiera, con gran tradición en la zona y que se ejerce libremente a cambio de una contraprestación económica, por lo que no me parece que sea algo indigno de ganarse la vida, al igual que sucede con los limpiabotas en muchos otros países. No por no ser el mejor oficio del mundo, deja de ser una fuente de trabajo e ingresos para mucha gente.

Desde allí y a pocos kilómetros de distancia el monumento estrella de Nara, y uno de los principales de todo Japón, por lo menos en cuanto a magnitud se refiere. Es el gran templo Tódai-Ji donde está la imagen del buda gigante o gran buda Daibutsu. Como en casi todos los templos budistas, también visitados en otro viaje anterior a la vecina China, accedes por varias grandes puertas que preceden al gran templo principal. En este camino, que yo hice también con la bici siguiendo mi lema de más vale entrar y seguir adelante, aunque después haya que pedir excusas, que no entrar por haber pedido permiso, una gran cantidad de ciervos abarrotan el lugar en claro acoso al turista que porte algo de comida. Por doquier, mas colegiales uniformados con sus profesores en viaje a la importante ciudad histórica y sus templos.

Al asomarme al edificio principal una vez pasada la última puerta una sensación de asombro recorre mi cuerpo. Es por las dimensiones del templo de gran magnitud, así como por estar todo realizado en madera, y que no extraña sea la estructura de madera más grande del mundo, y que tiene el honor de albergar en su interior la imagen del gran buda Daibutsu-den. Y eso que esta estructura se restauró a principios del siglo XVIII, siendo solo dos tercios del tamaño de la original.

Al asomarte a su interior tras pasar por la gran pila donde los fieles hacen sus ofrendas de incienso y la arqueta de madera donde arrojan sus monedas, la gigantesca estatua del buda te mira por encima del hombro, muy por encima del hombro, a unos 16 metros por encima de tu hombro. Esta realizada en 437 toneladas de bronce, más otros nada desdeñables 130 kg de oro, ahí es nada. La estatua también está varias veces restaurada y perdió su cabeza en muchas ocasiones. Algún guerrero gritaría la famosa frase del libro “ Alicia en el país de las maravillas”:

- ¡Qué le cooooorten la cabeeeza!

Le doy la vuelta a la figura, veo sus imponentes guardianes en los laterales interiores del templo, y fotografío, fotografío resistiéndome a marchar de tan impresionante lugar. Para poder describir todo el recinto necesitaría varias páginas, y casi prefiero que os hagáis una idea viendo las fotos que os adjunto.

A la salida del templo un grupo de escolares me ríen la gracia que les hago gesticulando, mientras su profesor les está explicando la historia del templo con autentico automatismo parlante, y a los que distraigo durante unos segundos para alegrarles un poco la programada visita. El profe con paraguas en alto y mascarilla en la cara casi me mata con su mirada, pero te inclinas reverenciando y pidiendo perdón a su paso y todo solucionado, correspondiéndote igualmente con similar reverencia hacia este español, un poco granuja en esta ocasión. Y mi inocente gamberrada casi tiene castigo por que según me doy la vuelta una fantasmagórica talla de madera casi me da un susto de muerte, casi parecía un cadáver cubierto por un pañuelo rojo mirándote no como el gran buda por encima del hombro, sino que este, frente a frente, para asustarte bien asustado.

Cojo mi bici y me voy a visitar en empinada subida, que necesita de las habilidades de este vecino del Tarangu, para ascender hasta los templos de Nigatsu-dò y Sangatsu-dò.

La ganada sudada también tiene su premio, no tanto por lo bonito de los dos templos, sino por las vistas que desde sus terrazas de madera hay de todo el entorno religioso y de toda la ciudad abajo al fondo. Muchísimos farolillos de piedra en las escalonadas cuestas, y muchas fuentes con garcillas de madera donde los devotos y visitantes toman agua para beber. Desde aquí, ver los siempre adornados tejados y sus figuras en las cúspides también tiene premio, al ser figuras de grandes dimensiones en teja negra que dan un aire infernal a tan escultóricos tejados.

También muchas lapidas funerarias de piedra con letras japonesas esculpidas y grabadas con pintura negra, junto a un pequeño pero preciosos templo sintoísta, te sorprenden gratamente. Siguen los omnipresentes ciervos por todas partes.

Ya para finalizar la visita de la ciudad, atravieso un gran parque con muchísimos ciervos pastando que casi me impiden el paso, teniendo que posarme a saludarles casi uno por uno. Que majetes los cérvidos estos, sigo camino y me acerco a ver el último lugar importante de esta monumental ciudad. Es el Kasuga Taisha, un templo sintoísta en recinto de grandes dimensiones y al que accedes también por escaleras de piedra, escoltadas por muchísimos farolillos de piedra cubiertos de verdoso musgo, en el interior de un bosque.

Que más se puede pedir, pues se puede pedir, que después de tanta caminata dejando la bici en la parte baja, llegues arriba y te topes con un precioso y gran templo en los habituales tonos anaranjados del sintoísmo, con otros muchísimos farolillos colgantes en sus paredes laterales.

Maravillado con esta ciudad y sin ganas de alejarme de ella, tengo que ir a devolver mi bicicleta, noooo, era mi bicicleta solo hasta las seis de la tarde. Magnifica visita que pasa a engordar mis otros tantísimos buenos recuerdos de viaje. Solo una de las muchas que tendría en este interesantísimo y apasionante país del sol naciente.

Viaje de vuelta hacia la gran Osaka, donde al llegar voy a visitarla por las alturas, al ser imposible dominarla por sus calles. Y es que en Osaka, está otra maravilla de Japón. En esta ocasión una maravilla moderna, en vez de una maravilla histórica, como son sus jardines flotantes, que se encuentran en lo alto de un rascacielos del Down Town de la ciudad, y con un acceso de vértigo. Ahora os cuento, dejarme coger aire.

Se trata del Umeda Sky Building. El edificio lo había visto en un folleto informativo y exteriormente ya es una pasada de diseño. Al acercarte a él desde la estación central de Osaka, que ya de por si es otra maravilla de diseño, versatilidad y eficacia, para la cantidad de gente que por allí pasa diariamente, sin llegar a notar nunca sensación de agobio ante tanta masa humana, no puedes admirarlo al verlo lateralmente. Pero cuando te sitúas debajo de la pasarela de cristal que une sus dos altas torres de parecido diseño al de las torres Petronas de Kuala Lumpur en Malaysia, notas la espectacularidad del edificio y lo que allá arriba vas a sentir, que no es otra cosa que nuevamente asombro.

La subida por la torre este, se hace en rápido ascensor de cristal desde donde contemplas toda la subida, pero no hasta el piso más alto, sino que a la altura del piso 40, el ascensor te deja para que hagas el resto de la subida por una escalera mecánica colgada directamente sobre el vacío, y viendo por envoltorio de cristal todo el exterior colgado del vacío.

Impresionante ascenso, en el que te cruzas con la gente que baja por la mecánica y paralela escalera de bajada. Al llegar arriba es cuando pagas si quieres la entrada a los jardines flotantes situados en el piso superior. Si sencillamente quieres disfrutar de la vista de la ciudad desde aquí a unos 170 metros de altura también puedes, y te ahorras el coste. En esta ocasión decidí abonar los más o menos cinco euros con los que pasearme exteriormente por tan alucinante jardín estrellado e iluminado con neones que hacían relucir blanquecinamente las ropas de los allí visitantes. Casi todo por cierto parejinas de japoneses que también sellaban su amor con infinidad de candados, cerámicas, y tarjetas que vendían en el piso inferior. A mí me faltaba mi otra media mandarina, pero enseguida la vería en próximo continente. Un beso Mónica.

Por lo menos me hice foto debajo de arco del amor con redondeado corazón de fondo y en banco exterior donde las baldosas luminosas iban formando corazones de cristal. Vamos que no iba a ser por amor en altura.

Un cartel indicaba la hora de la puesta de sol del día, a la que obviamente yo no había llegado al ser a las 17,39 horas pero la sola visión de todo el Sky Line de Osaka desde las alturas y en resplandeciente noche de rascacielos ya merecía la pena.

Bajada igual de espectacular del edificio, y aun me quedaría hacer todo el camino de retorno hasta la estación central, el cambio a otras dos estaciones, y la caminata con plano de Indiana Jones hasta mi hostel la noche anterior a recoger mi mochila, que por cierto estuve por dejarla allí porque llevo semanas sin utilizarla. Solo la hago que sea tan viajera como yo, pero no me ayuda en nada y la tengo que llevar en cuello, sin caminar ella un poco por sí sola, vamos una granuja esta mochila, jajá.

Después de itinerario de ida y vuelta que me llevaría casi 2 horas, tren hacia la cercana Kyoto, donde si tenía reservado para esa noche alojamiento en hostel Hana de esa ciudad, y que afortunadamente estaba cerca de la estación del tren.

Noche a bordo…a bordo de mi litera superior en habitación compartida por catarrosa gente que me complicaría un poco la salud en mis posteriores días en la ciudad, pero nada insalvable con unas siestas sudando el griposo catarro.

DÍA 43 KYOTO

Hoy disfrutaría de las visitas a una de las ciudades más bonitas que hasta ahora conozco, y en mi recuento del portal Tryp Advisor son ya casi unas 1200 las visitadas. Kyoto pasa a estar en mi top ten de favoritas claramente. Me ha maravillado, intentaré transmitir sensaciones más que atracciones, porque eso es Kyoto, una visita llena de sensaciones agradables a la vista y el resto de los sentidos.

Antes de emprender rumbo , me hago un cafetín en el moderno hostel, para intentar despertarme de una dura noche por enorme gripazo y taponamiento de nariz, que casi me tiene dos días K.O. Encima de la mesa de la cocina, tenías a disposición un Ipad sobre peana giratoria donde podías entrar en internet o poner cualquier canción entre las muchas a escoger, y que sonaba inalámbricamente en los altavoces de la cocina, o si preferías, en una tele plana de muchas pulgadas podías ver las noticias del día, claro está en facilísimo japonés, estos japoneses son la pera de tecnológicos. Al salir del hotel visito el cercano templo de Higashi Hongan-ji del que están reparando una parte. Para ello, como en todos, botas no tenían permiso para entrar en tan sagrado lugar, por obvia y necesaria cuestión de limpieza en su bello interior. Imagen de buda sentado y señorina mayor de ojos rasgados, también sentada viendo su querida imagen, a la que sabe Dios, que otro Dios, le estaba pidiendo. Paz, mucha paz en el interior de todos los templos budistas.

Desde allí tomo un metro tren para acercarme en esta ocasión a un templo de estilo zen, en la zona de Arashiyama al norte de la ciudad, es el Tenryu-ji. Sentando en el tren, me acompaña mama japonesa con su retoño que no para de mirar a este poco amarillo compañero de viaje, y que tras hacerle unas cuantas carantoñas ya está encantado de tan europeas atenciones.

Me bajo en la estación y caminando por el pequeño barrio a las afueras de Kyoto me acerco hasta el templo. Cuando llegas una agradable sensación te envuelve durante la visita, en la que por encima de la bella construcción destaca y mucho, su precioso jardín, donde agua, rocas, árboles y un césped entero hecho de musgo, hace las delicias de por quién allí pasea. Me imaginaba lo contento que debería estar el espíritu del emperador que en esas tierras vivía, ya que un sacerdote que tuvo un sueño con un dragón que volaba desde el cercano río, lo interpretó como que el espíritu del difunto emperador estaba inquieto y había que calmarlo.

La forma de calmarlo en aquella época era muy sencilla, solo había que cumplir los designios de tan visionario sacerdote, que ordenaba construir el templo y su tranquilo y bellísimo jardín, donde fijo aún está paseando su viejo y ya calmado emperador.

Tras salir por el norte del recinto viendo su gran estanque lleno de peces de colores y las magníficas vistas de la ciudad de Kyoto, me adentro en un bosque muy especial. Es un bosque donde los árboles son todos de bambú. La temperatura va disminuyendo a medida que te internas en tan sombrío lugar, pero la sensación de frescor y tranquilidad que desprenden tan largos y delgados arboles hace que te sientas agradecido de poder contemplar tan bello entorno.

Después de más o menos un kilómetro el bosque acaba, y una empinada cuesta lleva hasta la casa museo de Òkòchi-Sanso, un actor de películas de samuráis muy conocido en Japón, y que posee uno de los jardines más bellos de este país. No entré a visitarla, pero me imagino su belleza, porque con que se pareciera un poco a los que hacía unos minutos, ya serían guapísimos.

Vuelta hacia la estación para seguir visita de la ciudad, viendo a mi paso un cementerio japonés con infinidad de tumbas, con su correspondiente columna de mármol de recuerdo al viajero celestial.

Empalizadas, como no, hechas en madera de bambú y artesanos vendiendo preciosas libélulas cuidadosamente policromadas.

Ya cerca de la estación, curioso museo dedicado a las cajas de música, con verdaderas joyas musicales de todos los tamaños. Mamá japonesa porta a sus infantes en bici equipada con trasportines y señales de tráfico en japonés, que indican precaución al cruzar las vías.

Tras unas cuantas paradas de tren y caminata subiendo hasta pequeña colina arribo a otra maravilla que me maravillaría bien maravillado, era el templo dorado de Kinkaku-ji. Algo que no necesito definir, ni relatar, ni narrar. Me bastará con que le dediquéis dos minutos a observar la foto, y penséis en dos palabras, dos bonitas palabras escritas en mayúscula: Belleza y Paz.

¡……………………………………………………!

Os he dejado tiempo, un poco de tiempo para que sintierais lo que allí se siente pero que una vez que te vas, no queriendo irte, algo de ello se viene contigo. Qué maravilla de sitio, creo que de los más hermosos que he visto. Y la palabra es esa, aunque suene un poco ñoña. El lugar es hermoso, muy hermoso.

De vuelta al bus para irme hacia otra parte de esta asombrosa ciudad de Kyoto, otro niño y su mamá se ríen con mis gestos y carantoñas. A cambio me dicen donde tengo que bajarme para cambiar de bus y llegar a las inmediaciones de otro de los tantos lugares fantásticos que hay aquí, en esta segunda capital política del Japón, y hoy en día inequívocamente primera capital cultural.

Es la zona de Higashiyama, y subiendo empinada calle en empinada cuesta, muy empinada cuesta, se llega al acceso al Kyyamizu-dera. En el trayecto muchas casas de té, aún cuentan con las atenciones de las famosas geishas de Japón y sus aprendices, las maikos, que con sus blanquecinas caras y brillantes quimonos, deleitan a quien pueda pagar el caro servicio de sus atenciones en la ceremonia del té, o en el acompañamiento en las cenas.

En las calles se pueden ver a visitantes japoneses vestidos con sus indumentarias tradicionales, y muchas tiendas venden los famosos quimonos.

Jovenzuelas de visita posan para la foto como siempre, sonrisa de oreja a oreja de rasgada mirada, y dedos en señal de v de victoria. Un clásico japonés, que al final yo adoptaría igualmente para mis posados fotográficos.

Entrada por pequeño templo y pagoda anaranjada de cinco pisos que se alza dominando la ciudad. Por camino con empalizada de madera se llega hasta el gran templo con terraza sobre el bosque que domina Kyoto y desde la cual la vista es inmejorable. Si a eso añadimos una puesta de sol, que más os puedo decir, sencillamente otra maravilla de lugar.

Después de un buen rato saboreando el momento que fijo ya nunca se borrará de la cabeza, salvo que el Alzheimer le ataque a uno fuertemente, continuo paseando por el bosque y más templos, y más vistas bonitas, y más, y más, y más.

Otro templo, otra pagoda en esta ocasión de tres pisos y una zona de fuente con garcillas para beber y purificarse, que tienen un curioso sistema de higiene.

Una luz verdosamente halógena cargada de electrolitos, o algo técnicamente similar y para mí un ignorante en el asunto, no comprensible, se encarga de purificar la garcilla metálica con la que cientos y cientos de visitantes del lugar repetirán diariamente el rito de beber del agua de esta japonesa fuente.

De vuelta a la ciudad nueva, bajada por aledaños de un grandísimo cementerio con miles de columnas de mármol y piedra que albergan los espíritus de miles y miles de japoneses allí enterrados. Descansen en paz, y menuda paz, será por paz en este lugar.

Después de la bajada veo el exterior del museo de historia de la ciudad y su alta e iluminada torre que preside todo Kyoto, como si de un pirulí de caramelo se tratara.

Ya muy de noche cena en la estación de trenes, que en sus plantas altas, muy altas, más de veinte pisos de altas, cuenta con terrazas interiores y exteriores con vistas sobre el Down Town de Kyoto. Un ala se denomina el Cube y otra el Eat Paradise. Decenas de restaurantes ofrecen menús de comida japonesa y oriental, así como de platos europeos. Me decanto en tan maravillosa ciudad por comida enteramente japonesa. Barato menú con un poco de cada especialidad japonesa: sopa, arroz, tempura de langostinos y postre tradicional. Palillos con los que comer y saborear estas viandas, tan sabrosas como ha sido el día de hoy. Espero lo hayáis podido también disfrutar un poco con la narración.

Os contaré más cosas de un sorprendente e interesantísimo país con el Sol a punto de nacer cada día. ¡Sayonara!



Como siempre anteriores capítulos en:

http://albertocampamontes.blogspot.com

1 comentario:

  1. Mereció la pena la larga espera. Ha sido todo un placer (de viajar :-) ) pasear por las calles japonesas en tu agradable compañía.
    Cuando faltan escasas hora, o días, ¡vaya Dios a saber!, para que "Habemus papa"; no deja de sorprenderme, como buen laico, que en todas partes cuezan "fabes" y a su vez esté sembradas de templos en los que adorar a los variopintos y múltiples dioses.
    Mientras tú andas por el continente americano nosotros aún continuaremos deleitándonos con simpáticas y amarillas sonrisas orientales.

    Ta lueguín

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