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El día acaba y anochece en el Vieux Montreal, los edificios comienzan
a iluminarse y los canadienses pasean por sus empedradas calles. Montreal es la segunda ciudad con más
francoparlantes del mundo después de París. Así todo, sus calles cercanas al
congelado puerto en esta época, respiran todavía parte del ambiente que en
tiempos pasados tuvieron que tener, cuando cientos de inmigrantes franceses y
de muchas otras partes de la Vieja Europa, llegaron a fundar este ahora Viejo
Montreal. Su ayuntamiento, el Hôtel de Ville, la famosa calle dedicada
a su descubridor francés, la Rue Jacques Cartier, su Marché Bonsecours y la versión americana de la catedral de Nôtre Dame, hacen de Montreal una réplica
en el nuevo mundo, de la Francia de la vieja Europa. La villa olímpica de
Montreal, que en el año 1976 acogió las olimpiadas quizá más ruinosas de la
historia de los juegos, acabando hace poco de pagar sus costosísimas
inversiones, en una época todavía no muy boyante económicamente, y que los
canadienses pagaron durante más de 30 años. A pesar de esto se recordarán por
un número, ese número, era el 10 y se lo llevó para siempre una joven chica
rumana, portento de flexibilidad, coordinación y por supuesto perfección total.
¿Quién no recuerda a Nadia Comaneci?
Pues hoy esta villa olímpica se
sigue usando como centro deportivo, con sus instalaciones de gimnasia donde
triunfó la jovencísima rumana, así como sus piscinas olímpicas y pistas
polideportivas. Pero otras instalaciones de la época como la torre inclinada,
que por cierto sigue siendo la mayor del mundo de estas características, se usa
como observatorio subiendo hasta ella por un funicular con inclinación de 45º,
o como el costosísimo velódromo, que hoy es el Biodôme, un impresionante zoológico de la naturaleza americana, que
en su interior recrea el hábitat de cuatro ecosistemas del continente, y que
van desde los climas subpolares y de los bosques canadienses hasta las selvas
de Centro y Sur América. En la visita al
recinto, sorprende ver como en cada uno de ellos han conseguido hacer que vivan
tantos animales, con temperaturas y ambientes tan diferentes, que tú también
sientes al pasar de uno a otro, y todo ello en lo que en 1976 era la pista ciclista
de las olimpiadas.
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