DÍA 12 COMUNIDAD INDÍGENA DE MAGUARÍ (SELVA AMAZÓNICA)
La noche fue buena colgado en mi “rede”, la estancia con el
techo de paja y sin ventanas hizo que corriera brisa y no hizo calor, incluso
hasta por la mañana se notaba un poco de frio dentro de mi finísimo saco
sabana.
Pájaros, macacos, todo tipo de gratificantes ruidillos que
uno imagina de donde provienen y quiénes son sus compositores, pero los que
verdaderamente hicieron de despertador fueron una pareja de patos mudos que
entraron por algún hueco inferior del tendejón. Sobre todo porque el pato sería
mudo, pero hacia bastante ruido persiguiendo a su amada por toda la habitación,
renegando un poco esta de tanta presión mañanera. Como en mi asturiana casa
también tienen estos singulares ánades mudos, algunas saben de qué sonido
gutural hablo.
El caso es que me vinieron bien estos cuasi veroneses
amantes enamorados, ya que eran las 7 de la mañana y a las siete y media tenía
pensado levantarme para tomar café y salir con Raimundo el hijo de Joaoquin y María, como mi prima,
para adentrarnos en la selva cercana.
El café como siempre, servido ya azucarado, por la matriarca
del clan indígena junto a unas galletas saladas que untadas con mantequilla, hicieron
de desayuno.
Salimos en dirección a la primera parte de la selva, no muy
alta y denominada secundaria precisamente por carecer de grandes árboles, y
caminando durante un par de horas ya empezamos a adentrarnos en una zona mucho más
oscura con muchos apuis, arboles de
gran tamaño que siempre se encuentran cubiertos por plantas trepadoras.
Resultado de la unión de los dos, reciben el curioso y letal nombre de abrazo de la muerte. Raimundo me enseña
las aplicaciones de varias hojas y troncos que sirven como repelentes
naturales, y aceites para el cabello y la piel. Pequeñas semillas de gran
dureza sirven para confeccionar collares en la comunidad, y hojas de palma, una
vez secas, sirven para las techumbres de las cabañas así como para realizar pulseras y especie de paipay que Raimundo me elabora en un
abrir y cerrar de ojos, entretejiendo las tiras deshilachadas de la hoja de
palma.
Vemos otro apui que
debe tener unos 200 años por su diámetro y una especie de ceibas con troncos
también gigantes, lugar ideal para sacar
fotos de hombres enanos, al lado de tales prodigios de la natura.
Ya había estado en africanas selvas como las de Bwindi Impenetrable
en Uganda, asiáticas como la reserva de Chitwan en la frontera de Nepal e
India, y donde tuvimos ocasión de hacer un fenomenal safari por ella a lomos de
elefante, e incluso de Norteamérica, pero nunca en mis viajes por Sudamérica
había estado en una, y esta selva amazónica quizá sea la más grande del mundo,
en tamaño, extensión e impresión que causa al absorto caminante.
Lo que sí es común a todas ellas, es echar a correr o
caminar rápido cuando ves hojas que avanzan a toda velocidad cruzando el
sendero. No es magia pero lo parece, las hormigas que hay debajo son de gran
tamaño pero la carga que llevan supera varias veces sus dimensiones. Eso sí, si
te quedas parado observándolas, lo que es fijo es que ellas te van a entrar a observar a tí más de cerca, y si
ya te pica todo pensándolo, imagínate si te entran de verdad pernera arriba.
Mas frutos caídos con los que se hacen también jabones y
aceites, y un sinfín de explicaciones que durante años y años han ido pasando
de generación en generación, suponiendo un saber muchas veces todavía no
descubierto por las grandes corporaciones farmacéuticas y dermoestéticas. Pero
fijo que usaran todos los medios para descubrirlo, y lo que es peor usaran
después todos los medios para conseguir el producto con que hacerlo, y
posiblemente destruyendo parte de esta gran ultima reserva salvaje y casi en un
80% todavía, no vulnerado ecosistema.
Hoy en día en Brasil se libra una lucha sin cuartel entre
quienes defienden con apoyo de muchísimas organizaciones internacionales, la
protección a ultranza de un medio natural que no debe explotarse sin control, y
por otra parte grandes y a veces oscuros intereses que tienen la capacidad de
comprarlo todo, siendo para ellos solo una inversión que después de los
pertinentes permisos políticos, la recuperaran infinita y avariciosamente en
muchas ocasiones.
Esta comunidad indígena esta arropada y respaldada por una
organización que pretende que las gentes que en ella viven, puedan seguir en
estas selvas, usando solo los recursos necesarios para mantener sus necesidades
primarias y convivir sin alterar el medio. En Maguarí y en la cercana Jamaraquá
se ha conseguido, y así se puede hacer en todo el país y en toda la gran cuenca
amazónica, pero de qué sirve que esta gente sea sumamente respetuosa y austera
con su medio, si después grandes empresas madereras talan sin control
extensiones enormes de terreno selvático. Raimundo me explica al pasar por un
árbol talado y troceado, que es para hacer un cobertizo para reunión de la
comunidad, pero que para talar el árbol, ellos tienen que pedir permiso y
esperar su concesión de las autoridades. Eso solo para un árbol, y por quien
vive desde siempre en esas tierras, y sin embargo otras gigantes
corporaciones….está todo explicado, ¿no?
Llegamos a una especie de choza, donde Raimundo me explica señalándomela
que no se harán nunca casas selva adentro, sino solo estas pequeñas techumbres
para trabajar y cultivar la zona estrictamente necesaria para obtener unas
frutas, plantar unas patatas y cortar algo de madera para construir sus casas.
No puede ser más justo para el humano habitante y la naturaleza madre que le
acoge en su interior.
Cogemos unas papayas ya amarillas, para comer al regreso de
nuestra caminata, y también me enseña las hojas con las que envolver pollo o
pescado para cocinarlo braseándolo en pequeños fuegos en el suelo.
Recientemente en viaje con mon ami
Blas, por el africano Camerún tuvimos ocasión de ser invitados a pollo cocinado
de esta forma y el resultado no puede ser más sabroso.
A los europeos nos
cuesta entender que durante tanto tiempo al fuego, ni la madera utilizada como
apoyo, ni las hojas de palmera se lleguen a quemar con las llamas. En fin, si
hubiéramos necesitado hacerlo, lo entenderíamos primero.
Ya de vuelta, mi anfitrión corta un tronco de caña de azúcar
que me pela con su cuchillo para que pueda endulzarme el paladar chupando el
azucarado palo en camino de vuelta, donde también soy instruido en el manejo de
las colgantes lianas con las que también se puede viajar por estas selvas al más
puro estilo Tarzán. Y es que el ánimo de los muchísimos macacos y monos
aulladores que se movían a gran velocidad por los árboles, utilizando con
destreza su larga cola, invitaba a ello.
Y para que no me quedara nada en el tintero que más tarde me
pudiera sorprender, me enseña unas hojas de una planta que tienen el don de ser
como el esparadrapo, ya que una vez las pegas a tu cuerpo o tu ropa, se quedan
ahí como si de una calcomanía o celo se trataran. Magia selvática amazónica,
cuasi vudú.
En fin, que ya en el poblado después de unas cinco horas de
sudorosa caminata, uno ha asistido a otra de esas impagables clases de esta
Universidad de la vida en viaje, la mejor del mundo, y además con campus
diseminados por todo el planeta.
En el cobertizo de palmera esta Joaoquin y su señora esposa
con alguno de sus hijos y nietos, que acceden encantados a hacerse unas fotos
conmigo, para tener un recuerdo de geniales gentes, y ya son muchos los que voy
acumulando, que satisfacción haber podido convivir con tantas familias de otros
tantos continentes, y aprender tantas cosas de sus cotidianas vidas.
Antes del almuerzo aprovecho para darme una ducha en
exterior tendejón también denominado primario, y hacer colada después de
sudorosos y malolientes días de barco.
Cuando regreso de tender la ropa, me topo con compañeros de
choza, y es que tres franceses acaban de llegar de Santarém para pasar aquí
también un par de noches y coincidiremos en este último mi día aquí.
Los tres venían por separado, pero lo que nos suele pasar a
los individuales viajeros, el viaje nos acaba juntando, así que uno de
Montpellier, otro de Annecy, tierra de la omnipresente marca francesa de ropa
de montaña, Salomon, donde me indica
trabaja su padre, y otro de Paris, ya juntos en Brasil se unen esta noche al
asturiano de Pola.
Comida juntos a base de riquísima feijoada con arroz, pollo y tomate que nos han preparado en nuestro
sencillísimo pero acogedor resort indígena.
Y para finalizar el día, mejor dicho para empezar la noche,
una de esas cosas que se pueden hacer, que dan cierto respeto, incluso algo de
controlado miedo, pero que cuando se presentan no se pueden dejar escapar. Un
local del clan indígena, nos anima a ir a intentar ver unos inquietantes
pobladores del rio, que no son otros que los yacarés, especie de cocodrilos, más
bien parecidos a caimanes que normalmente se vienen a las aguas estancadas de
la orilla del rio, y de los cuales en la oscura noche, solo se ven sus
reflejantes ojos.
Así que armados con unas simples pequeñas linternas, nos
vamos los cinco caminando por pista aproximadamente un kilómetro rio abajo
hasta que nos comenzamos a introducir en la húmeda arena, ya cerca del rio. Sin
hacer ruido y con nuestro indígena guía, como única seguridad de hacer las
cosas medianamente prudentes, nos empezamos a meter con el agua por las rodillas
mirando hacia todos lados con las linternas. Adrenalina la he tenido otras
veces por las nubes, pero cuando estás haciendo algo para ti tan desconocido,
en un medio tan desconocido y a la espera de inquietantes acontecimientos, esta
os aseguro que se dispara.
Recuerdo otra ocasión no hace mucho tiempo, en viaje por Centroamérica,
donde probé experiencia que para mí fue total. Os comparto enlace de ese capítulo
de blog por si luego os apetece leerlo a quien no siguieráis aquel viaje. La narración de una nocturna también experiencia está en la segunda parte de esa entrada de blog.
http://albertocampamontes.blogspot.com.br/2011/09/viaje-centroamerica-ix.html
Fue buceando en la noche de la isla hondureña de Utila, y mi
corazón latía de una forma similar a esta noche amazónica.
Prosigo con la narración, aunque creo os desilusionara un
poco el final después de tantas expectativas que tendríais puestas en este relato,
pero a veces las cosas no se dan. Una vez atravesada por todos la zona
inundada, salimos a una zona de arena con manglares de rio, desde donde
caminando en fila y alumbrando constantemente la zona paralela inundada se
intentaban descubrir esos ojos de yacaré, pero tras casi una hora buscando, no
tuvimos la suerte de que estuvieran por allí, como según nos decía nuestro
acompañante solían venir a pasar las noches y reposar semisumergidos en esas
reposadas aguas.
Así que haciendo una final intentona en otro lugar un poco más
lejano, dimos por abortado el intento, ya que no siempre es posible que ellos
se quieran dejar ver, como también sucede con otros curiosos animales que
pueblan la entrada de este rio, los por mí tampoco vistos, y llevo tiempo
intentándolo, grandes manatíes.
Noche colgante acompañado
por también colgantes amigos de la francesa Francia, con quienes no tuve
suerte de compartir experiencia natural, pero el día fue más que positivo, así
que a dormir muy contento por todo lo visto y aprendido.
DÍA 13 SANTARÉM –AMAZONAS (OBIDOS)
El día comienza con gran madrugón a las 4 de la mañana para
coger el único bus que retorna hacia Santarém, donde abandonando este rio
Tapajós, seguiría curso arriba nuevamente el Amazonas.
Por si me dormía, los gallos indígenas se encargaron de
despertarme sobre las tres de la mañana en canticos coordinados por todos los
gallineros, y debían de ser casi 40, tantos como familias indígenas de Maguarí, porque aquello en la madrugada era una
sinfónica. Que digo una sinfónica, era una radio transmisión, similar a
Eurovisión, con conexiones en directo desde todos los puntos. Pero al menos,
hoy no entró el pato mudo a retrasmitirme el acontecimiento musical.
En la oscuridad me levanto intentando no perturbar el sueño
de “mes trois amis françaises” que dormían ampliamente en el frescor de la
noche amazónica. Palpando ropa, y con la única luz de mi teléfono, grandísimo
compañero de viaje, porque lleva años haciendo las veces de reloj, que no llevo,
de cambio de moneda, de lectura, de música, de diario y como no, de improvisada
linterna, hago petate para partir.
Relleno mi botellín de agua, con agua de lluvia que recogen
en tinajas y envían a la vivienda por un ingenioso sistema de tuberías, para así
no tener que comprar durante el viaje y hasta llegar al barco, donde también la
tendré nuevamente gratis.
Finalmente descuelgo mi “rede” que me seguirá haciendo el
uso de cama durante todavía muchas noches. Como me hacen disfrutar las cosas
que compras baratas, que te hacen viajar barato y encima que las utilizas y
empleas muchísimo. Hubo muchísimas cosas útiles que compré estando de viaje, y
que todavía conservo y uso, a veces pareciendo indestructibles, por la cantidad
de años que llevan conmigo, zapatos, camisetas, mochilas…
Hago esta reflexión, porque opino que a veces también se
compran muchas cosas, a veces a precios elevados, se usan una o dos veces y se
quedan en un cajón o enseguida se reemplazan por otras más nuevas pero que no
sustituyen funcionalmente el uso que tenían las antiguas.
Es un error que a veces hace tener que ganar más para gastar más, sin
llegar a explotar bien cada producto. En cuanto al precio sucede lo mismo.
Siempre creí que el precio de las cosas
(ropas, electrónica, menaje, deporte…), no debería ser nunca el que
marca el fabricante sino el que esté cada uno dispuesto a pagar por él. De
hecho, hoy en día y ya desde hace bastantes años, la forma de comercializar
cada producto suele ser marcarle un precio más alto del justo inicialmente, al
haber siempre mucha gente que no se parará a examinar si es justo, ya que sencillamente
lo paga. Posteriormente, una vez estos clientes ya han comprado se va
disminuyendo y buscando clientes en escalas de precio intermedios que también
lo vayan pagando, para al final dejarlo definitivamente en un 40 o 50% más
barato que su precio inicial, donde se vende el resto, siendo éste el precio más
justo de compra/venta.
Creo que la forma más efectiva de ganar dinero es
gastándolo. Nuestros ingresos a veces vienen ya estipulados, pero nuestros
gastos son siempre decisión nuestra y si es meditada, comparada y pensada,
siempre se va a ganar mucho dinero en un mes, la cantidad se multiplica sustancialmente
en un año y que decir de la cantidad de dinero que se puede ganar en una vida,
simplemente gastando inteligentemente en todo.
Todo este discurso, imaginaros que es por una simple hamaca
de 20 reales, con un simple ahorro de 5 o 10 reales, pero que sumado al ahorro
de alojamiento estándar durante días y el uso, espero mucho, que se le puede
dar, fijo irá haciéndome ganar días futuros de viaje, de vivir, de conocer, de
ganar experiencias y sensaciones impagables.
Por eso me encantan la mayor parte de países de este mundo,
donde las cosas no tienen un precio, sino que el precio lo va generando el
regateo entre un vendedor y un comprador, que generalmente llegan a un punto de
encuentro, donde el comprador llega hasta donde considera vale la pena pagar, y
el vendedor nunca lo bajará del que a él le merece la pena vender.
En la oscuridad de la noche me dirijo hasta la cercana pista
por donde pasa el bus para no perdérmelo, pero antes debo ir al servicio
mañanero, y que por estos lares es la inmensidad de la selva o riberas del rio.
Espero no esté debajo ningún yacaré dormitado que se tenga que ir a pegar un
baño. Oigo ya en la lejanía el ruidoso motor diésel del viejo autobús Volkswagen,
marca que en este Brasil amazónico está desde años bien instaurada, habiendo
muchísimos vehículos comerciales de la alemana enseña, desde camiones, picup y
la conocidísima primera autocaravana del mundo, la hoy en día VW California,
pero que allí sigue viéndose generalmente las unidades de los primeros modelos.
Otra compra muy, pero que muy aprovechada.
Me subo tras abrirme en fascículos la puerta el mismo
conductor que días atrás me trajo a conocer otro humano mundo selvático, y ya
en el interior muchísimos indígenas del cercano pueblo de Jamaraquá, inicio de
la ruta llenan el bus.
A mi lado, una nenina va
con su mamá al cole, con una mochila colgada a la espalda que es más grande que
ella, pero lo orgullosa que ella va con su mochila rosa se refleja en el gesto
de descolgársela y colgársela varias veces, colocando sus libros y lápices en
el interior.
Otro nenín re
peinadísimo por su mamá, quizá con los aceites de los frutos caídos de enormes
arboles selváticos, que Raimundo me mostró el día anterior. Atento, con su
mirada al frente, observa todo el movimiento del bus en la pista. Y en general,
todos los pasajeros indígenas, que a una cosa u otra se dirigen a Belterra o Santarém,
me demuestran su grandísima dignidad. Como me gusta observar, pensar y ver la
cotidiana vida, de cotidiana gente que vive su vida muy dignamente, con muy
poco. Quizás en occidente cuando se emplea la palabra dignidad, en el trabajo,
en la vivienda y en tantas otras cosas, no se acierta con el término. Muchas
veces se reclama como digno, mucho más de lo que la persona se afana en
conseguir. La dignidad, también como casi todas las cosas se gana con esfuerzo
personal diario, y no solo reclamándosela a un estado o madre patria que deba
proporcionarla.
Durante el viaje hasta Santarém, de unas tres horas, se
llenaría y vaciaría varias veces sobre todo al pasar por Fordlandia, como aquí conocían la ciudad de Belterra, creada como
os contaba por el inicial consorcio FORD, para sus trabajadores del caucho
brasileño. Muy cerca de allí se encuentra la localidad ribereña de Alter do
Chao, donde se encuentra una de las playas fluviales más bonitas de la cuenca amazónica
con transparentes aguas y paradisiacas playas de arena fina. Con tiempo sería
un lugar fabuloso para pernoctar y descansar unos días.
Sobre las 8 ya me bajaría para conocer la ribereña ciudad
que se extiende kilométricamente, y que en su centro cuenta con un sencillo
mercado de pescados, negocios de todo tipo y unos pocos hoteles que sirven como
en uno cualquiera que entré, para desayunar muy barato lo que para mí ya sería
una copiosa comida del día, ya que puedes coger todo lo que quieras por 10
reales, que son?....sí, unos 3 euros.
Tras ponerme las botas, subir las fotos de estos laboriosos
blogs que les comparto a todos Vds., mas por el tiempo que supone esa subida a
la red, en lugares donde las conexiones wifi suelen ser muy lentas y a veces
hasta desesperantes. Pero de momento, todo va bien, y siempre he podido
compartirlo, aunque a veces me cuesta alguna que otra carrera final hacia un
bus o un barco, por no acabar de cargar en los minutos ya límites de tiempo.
Tomando un rápido moto
taxi, y cruzando la ciudad a gran velocidad…, jojaja, vamos a dejarlo en
velocidad, pero un poco cargado y
agarrado a Sito Pons, con mi mochila,
mi casco…no el suyo, de la talla S, que solo puedes insertar media cabeza y el
gran calor ya reinante a esas avanzadas horas del día, arribo al puerto fluvial
donde las grandes barcazas esperan para salir, entre ellas la mía, que esta vez
es mucho más pequeña que la que me trajo desde Belem.
Pero aunque más pequeña, más vieja y más destartalada que la
otra, hay una cosa que para un optimista lo compensa todo. Es su nombre: Cisne Branco. Nombre bonito que me
traslada a otro muy conocido durante años rio, y que todavía hace unos meses
pudimos disfrutar navegando a su paso por la capital serbia Belgrado.
También me recuerda la fantástica obra de ballet que en
pasada vuelta al mundo pude ver y saborear en un escenario como el gran teatro
de Novosibirsk, en mi hoy hace un año viaje transiberiano.
Para acceder al Cisne Branco, hay que esperar en una sala
enrejada, donde a la voz de “arrr” todos mis compis de pasaje, toman sus cosas
y entre algún que otro empujón salen disparados hacia la “nao”, una vez abierta
la reja. Nunca estuve en la fiesta del Rocio, pero debe ser algo parecido, en
cuanto de asaltar la reja se trate.
Y claro que sí, cuando la manada corre en estampida es por
algo, y es que cuando llegas a la pequeña cubierta donde se viaja en hamaca,
aquello está al límite de redes colgantes, teniendo que uno colgar la suya por:
encima, debajo, sobre, adjunta, anexa o….bueno, o dormir en la de otro, jajá.
Vaya aforo, y es que aquí jamás verás un letrero que ponga
“hasta llenar aforo”. Se llenó tanto que
hasta muchos tuvieron que colgar las hamacas en la bodega, junto al cargamento
de tomates que la barcaza llevaba hacia Manaos. Pero la verdad es que por los
solo 100 reales que cuesta este gran viaje de tres días y dos noches, a mí como
a casi todo el resto me resulta suficiente. Lo único que me preocupa un poco es
que los saturados registradores de pasaje me pierdan mi pasaporte, que debes de
dejarles al subir a bordo. Y es que ya se sabe, tener que sacar otro pasaporte
en estos lugares, supondría perder varios días de viaje.
La salida del puerto, dejando las otras abarloadas barcazas
y viendo toda la alargada y extensa
ciudad de Santarem, es bonita, pero aún lo es mucho más, el espectáculo
geográfico que iba a ver, pero que no esperaba ver hasta cerca de la ciudad de
Manaos.
Es el increíble “Encontrro das aguas”, que aquí ya se da al
juntarse los cauces de los ríos Amazonas y su afluente el por mi conocido en
estos días en Maguarí, el rio Tapajós.
El espectáculo ya se presiente en la lejanía donde
visualmente todavía estrecha franja de curso fluvial es de color diferente al
hasta ahora navegado.
El barco se va acercando y los dos colores ya se ven juntos
muy nítidamente, hasta el punto que uno parece estar observando una botella de sabroso
licor Sheridan’s, donde sus dos sabores permanecen separados para más tarde
juntarse en un único licor. En este caso el color amarronado y café con leche
del Amazonas, corre paralelo al recién incorporado y más cristalino color té
del rio Tapajós.
Este curso paralelo continua rio abajo si uno fuera
descendiendo el rio durante varios kilómetros, al tener distintas densidades la
composición de las aguas, e incluso correr a distintas velocidades, hasta que
finalmente se juntan.
Después de contemplar y fotografiar intensamente tan
desconocido por mí hasta ahora, accidente geográfico, o más bien suceso
geográfico, el viaje por el gran rio continúa. Y el paisaje, lejos de resultar
monótono, es casi siempre cambiante, pudiendo ahora ir observando como cerca de
las ciudades hay zonas agrícolamente explotados e incluso verdes zonas de pasto
donde caballos, y reses con grandes cuernos, pastan y se acercan a beber al rio.
Al cambiar el barco de orilla para recortar distancia, lo
hace lo más rápido posible para evitar la fuerte corriente negativa que frena
su travesía, y al otro lado en grandes islas que va formando el rio, se ven
muchas zonas inundadas durante las crecidas de este.
Intercambio de vistas al rio, desde la muy calurosa y
soleada pequeña cubierta superior, o desde mi hamaca colgante con vistas al
paisaje, desde cubierta central. Algún paseo a la inferior, donde los tomates,
siguen todos viajando bien, gracias.
Nuevamente merienda cena con sopa caliente y café de abordo.
Preciosa puesta de sol, con enladrillado cielo, y tiempo hasta la noche que
llega lenta, como el discurrir de este viaje por el rio que acumula días de
navegación con el tiempo parece, que casi detenido.
Adelantamos dos barcos que nos precedían, y vamos llegando a
la ciudad de Obidos en la que recalamos ya con la luz del día ya terminada.
Rápida carga y descarga de pasaje y continuación de viaje,
con medio barco subiendo a la cubierta superior para un acontecimiento casi tan
importante en este país como el futbol: la telenovela de la noche. Increíble,
que los barcos lleven una gran pantalla de televisión colgada del puente para
generalmente encenderla solo para esa telenovela. Y la ven ellas, pero también
la ven ellos, lo que no sé es si como dice la canción de Bosé, “los chicos
también lloran…”
Que atardeceres en el río!
Ya has cubierto las dos primeras semanas y no paras de navegar río arriba, río abajo. Una pena no haber divisado los ojos navegantes de los reptiles patosos.
ResponderEliminarDebe de impresionar los sonidos de los animales selváticos en la noche.
No madrugues tanto que vas acabar levantándote antes de que cante el gallu.
Nos vemos río arriba.
Abrazote Jose!
EliminarDe nuevo muy buena crónica meu amigo ... Nos vemos en la siguiente "tronco" ... jajaja
ResponderEliminarAbrazote Panch!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSólo de pensar que tenías los pies metidos dentro del agua donde estaban los "cucudrulus" me quitan las ganas hasta de bañarme en la playa de Salinas. Tus experiencias nos hacen vivir y disfrutar tus aventuras.
ResponderEliminarBravo, bravísimo querido Alberto.
Abrazote grande para Salinas!
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